Justicia Social
Comenzar el año con el nombramiento de Donald Trump como presidente de los EE.UU. es afianzar todos los valores que dinamitan la justicia social, los principios de dignidad humana, del bien común, de la solidaridad, la subsidiaridad y todo lo que promueve esta justicia social, es decir, se acrecientan las barreras que enfrentan las personas debido al género, la edad, la raza, la etnia, la religión, la cultura o la discapacidad.
Precisamente lo que se potencia con este afianzamiento mundial de los neofascismos es la elevación y endurecimiento de las fronteras físicas que separan a los distintos pueblos, junto con la imposición de legislaciones que exterminan cualquier posibilidad de justicia social. Pero el discurso de las minorías no puede acomodarse en la lógica capitalista, necesita romper los muros impuestos y posibilitar esperanza para la totalidad de la creación y sus criaturas, “para «tumbar los monstruos» a golpe de desobediencia, estrategias de resistencia colectiva y cuidados comunitarios en nombre de la universalidad del amor que se hace político…” (Pepa Torres,Los monstruos y la obispa, 2025).
Los vulnerables son la mayoría de la población mundial, las estrategias fascistas para que una minoría conserve sus privilegios ha cautivado a las personas que están excluidas de éstos, dándoles poder a ellas y sus representantes para ejercer políticas que no generan el bien común y aún mas grave, que no respetan la dignidad humana, la justicia ni la libertad. Necesitamos alzar la voz y visibilizar el sufrimiento de los apartados del sistema, de los que no interesan a las sociedades del bienestar, de las mujeres, de los migrantes, de la madre tierra, de los colectivos LGTBI, de la trata de personas, de tantos y tantas que intentan sobrevivir en un “mundo tapiado”. Merece la pena recordar a Mariann Budde, quien el pasado 21 de enero en la catedral de Washington alzaba la voz para ponerse de parte de los más vulnerables, con la esperanza de que sus palabras puedan agrietar el sistema que pretende imponer el nuevo dirigente de su país, y nos regocijamos por que haya voces dentro del cristianismo que deslegitimen a los poderes hegemónicos que en lugar de valores tienen antivalores y no ven al ser humano como un igual.
En el día internacional de la justicia social, hemos de recordar que “lo contrario del odio que se está cultivando no es el amor, sino el cuidado. No se trata de amar a todas las personas, pero sí de cuidarnos de formas más o menos explícitas y directas, para contrarrestar el odio y construir otros vínculos basados en el reconocimiento y el respeto mutuo. Para ello, cada persona debe preguntarse qué puede hacer allí donde esté. Hoy con más sentido tenemos el deber de seguir manifestándonos, trabajando por la justicia, estudiando, escribiendo, creando, pensando, denunciando los malestares compartidos (individual y colectivamente); en las calles, en las instituciones, desde asociaciones, movimientos locales, comunidades, y también en nuestras casas, con la familia y en los encuentros cotidianos” (Olga Belmonte García, La agricultura del odio, 2025.)
La ultima palabra la tiene la vida, la dignidad de todo ser, anclados en el cuidado del prójimo, “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22, 39-40). Junto con el amor al Creador, en esto resumía toda la ley Jesús de Nazaret en el cristianismo.
El cuidado esta presente y es necesario desde el inicio de la vida, como profesional en este ámbito me atrevería a decir que la sociedad precisa de cuidados, y urge que esto se lleve a cabo con responsabilidad, el cuidado es algo que trasciende de la relación terapéutica propiamente dicha, en un término que se engloba más allá de la necesidad suplida o el alivio aportado, está en la relación establecida con el otro, como un igual, donde nos reconocemos, donde ya está implícito ese respeto, porque desde ahí podremos cimentar la justicia social. Por lo tanto, somos responsables cada individuo, en cada relación, en cada acción, en la vida cotidiana, política y laboral, en la totalidad de la vida, sin descuidar ese mismo cuidado de la tierra, del entorno, porque todo esta conectado y genera una reacción. Considero como privilegio mi situación laboral, la cual me permite estar cercano al sufrimiento de la población, del otro y la otra que, desde el desconocimiento, podríamos asemejarlo a la parábola del buen samaritano. En la relación que podemos llegar a establecer con nuestros pacientes no sólo curamos y vendamos las heridas, más bien se trata de montarlo a lomos del caballo, de acompañarlo, de llevarlo a una posada que le permita la recuperación, de posibilitarle las herramientas, los recursos que necesita para superar su proceso de debilidad o enfermedad, posibilitar vida en abundancia dentro de las limitaciones que se deriven, propias de la situación a la que se enfrenta o por la que transita, aportar todos los derechos y oportunidades necesarias, con plena participación en la vida social y, por lo tanto, hacer que sea beneficiario de la justicia social y tome partido en ella. Siguiendo con la parábola, nosotros somos los que recibimos las monedas para cuidar del prójimo, por ello mi bondad es remunerada y no precisa necesariamente ese acto de compasión, pero sí de empatía, de acogida total, reconociendo su sanación y curación, como un proceso totalizante de la persona, desde el plano individual y social.
“Tuve hambre, ¿me diste de comer? Tuve sed, ¿me diste de beber? Estuve preso, ¿me visitaste? Estuve fugitivo, ¿me ayudaste?. Sobre eso vamos a ser juzgados. Eso lo dice el Señor. De ahí que la justicia social sea parte esencial e integrante del Evangelio” (Visita a Timor Oriental 2024). Con estas palabras nos recuerda el Papa Francisco que la “moralina” del sermón de muchos católicos y jerarquía eclesial no sirve ante los ojos del Amor, nos urge la acción concreta, el cristianismo tiene que apostar por la acción en una sociedad necesitada de la justicia evangélica, de la lógica del evangelio, que no puede ser otra que la de la justicia social para todos y todas, creyentes en el Dios de Jesús o no.
Me gustaría terminar con estas palabras de Luz R. Casanova : “no sólo es hacer el bien, sino hacer todo el bien posible y evitar el más pequeño mal” en este día en que queremos hacer más presente la justicia social, si aplicamos esta premisa a nuestras relaciones personales y a todo lo que legisle a la humanidad y el planeta, estaremos en el camino de la justicia social y la fraternidad verdadera.
Paco Expósito Barroso